martes, 4 de septiembre de 2012

MOCHILAS PESADAS EN ZAPATILLAS VACÍAS


 MOCHILAS PESADAS EN ZAPATILLAS VACÍAS

Entra a su casa, cuelga la campera en una silla, pone la pava y se dirige a su habitación. El perro no le festejó su llegada pero lo acompañó mirándolo al rostro,  sabiendo que su mochila pesaba un poco más, que por unos días la carga se iba a sentir en el ambiente.
Miguel mira a su alrededor, todo estaba como lo dejó. Era su lugar, desde chico creo un mundo en su pieza. Ahí era su cueva, su refugio, su búnker, ahí tomo grandes decisiones, ahí sentía la calma que no podía encontrar en ningún otro lado. Los grandes momentos de su vida habían sido analizados en esas cuatro paredes. Dejó la puerta entornada pero su perro no respeta que él cargue con ese peso sólo y decide aliviarlo apoyándose en su regazo.
Respiró hondo, sus ojos se volvieron vidriosos y su garganta le dificulta la respiración. Larga un llanto, de esos que se niegan y que al momento de salir se vuelven a negar. Está sentado en su cama con su cabeza apoyada en sus manos temblorosas, hacía casi 48 hs que no dormía, sólo podía mantenerse de pie porque su juventud así le ordenaba.
Tango, su perro, comienza a lamer las lágrimas mudas que se escurren por sus manos y Miguel vuelve, respira profundo y lo mira. - ¡Hola amiguito! ¿Cómo estás? Con hambre seguro.
Limpió sus manos en el pantalón y notó que estaba muy sucio, no sólo su pantalón, él en general. Le dio de comer y apagó el fuego de la pava. 
Fue al baño, abrió la ducha, se sacó los zapatos de trabajo que ya parecían pesarles más que de costumbre y se metió con ropa y todo bajo el agua. Pensó en su amigo. ¿Dónde estaría? También con su ropa puesta y mojado como él, pero en el fondo de un arroyo donde no llega la luz, donde bracear es casi imposible, un arroyo con reputación de arrebatar sueños.
Apoyó su frente en el azulejo frío y  recordando algunas charlas, algunas pitadas y varias cervezas juntos, se enojó consigo mismo por no haber sido más compinche, más compañero, más amigo quizás. Siempre mantuvo cierta distancia, como de ejemplo, como para marcarle el camino de lo bueno y lo malo.
¿Por qué nunca salimos de joda juntos? Si siempre me invitaste. Te decía que no era bueno eso y me quedaba en mi casa encerrado, alimentando prejuicios. Y así y todo me querías guachín. Me respetabas, me pedías consejos y bajabas la cabeza cuando te retaba, cosa que no hacías con todos. ¡La puta madre Diego! ¿¡Dónde estas!?
Por momentos, Miguel tenía ganas de irse al arroyo a buscarlo, quizás si se organizaban entre varios. Un amigo tenía linternas potentes, de esas que se usan para cazar, otro tenía trajes que le permitiría meterse hasta la cintura en el agua como usan los pescadores. Alquilar algunos botes a los lugareños. Tantas cosas podían hacerse. Pensaba, mientras se dormía esperando que sonara su teléfono o le golpearan la puerta. 
Hacia dos días que se mantenía firme y calmando a los demás, pero por dentro se desarmaba de a poco, le dolía el pecho, la sangre le hervía de impotencia. La policía y el asesino, empernados en ir contra el sentido común, parecían caminar por la misma vereda. La familia y amigos buscaban, además, consuelo. Las marchas por el barrio y la comisaría, brillan por su anonimato mediático. Otro pibe pobre muere en circunstancias extrañas, y aún así, sigue ocupando la lista de los sin nombre. Igual que cuando andaba con su visera y sus zapatillas Nike con resortes, buscando saltar bien alto.

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