miércoles, 22 de agosto de 2012

Después del último Bondi

DESPUÉS DEL ÚLTIMO BONDI
Es tarde, muy tarde como para que pase un bondi más. Veinte cuadras para llegar a la estación. Panza llena y la previa encima. Conseguir un remís y pagarlo a medias es el plan “a”  el cual no hay que pensarlo con demasiados detalles y guardárselos para el plan “b” que es el que generalmente recibe el llamado de la realidad.
A dos cuadras de la esquina que dejó de ser parada, encuentran una remisería.
- ¿Código? Amén corearon los remiseros casi al unísono.
Somos de acá a la vuelta dice Miguel, mas como respuesta que se volvió parte de un dialogo tradicional, como un hola y chau, que con esperanza de persuadir.
La caminata hacia la estación comienza después de ser rechazados, ninguneados y dejados a gamba por una mina que va resolviendo la noche con números.
Podrían poner un cartel en la ventana que diga “se viaja con código” y así los que no tenemos códigos evitamos ser parte y todos contentos, piensa Miguel con algún grado de ironía.
En la misma cuadra, a solo unos metros, un auto parado, pegado al cordón, con una sirena naranja y muda en su techo. Un tipo al lado del auto, al parecer sin un rol activo. Junto a una persiana de comercio cerrado, otros dos tipos agachados jugueteando con un candado. Cuando Miguel y su amigo pasan entre la persiana y el auto los dos individuos dejan lo que estaban haciendo por un instante,  Ping Pong de miradas, ellos tres bicampeones olímpicos, silencio absoluto y siguieron su ruta a la estación.
-¿Quien le pide código a quienes los reparten?
Dicen que después del último bondi la película ya no es la misma.

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